Todos los valores juntos no pueden desarrollar totalmente a los seres humanos, ni satisfacer su aspiración. Es conveniente y necesario poner en el primer plano los valores que les dan facultad de dar lo mejor de sí mismos.
Su poder de conocer y su poder de amar. Junto a ellos, la verdad y la concordia de las ideas con lo real. El sometimiento del espíritu al objeto. Porque como la verdad es siempre realista y objetiva, no se hace, se toma”.
“Tiene valor todo lo que es bueno para el hombre. Lo que asegura su desarrollo normal. Lo que facilita su mejoramiento. Lo que lo ayuda a superarse.
El pleno desarrollo de la persona se realiza en el equilibrio que exige la jerarquización de los valores. Dándole a cada valor el lugar que le corresponde. La verdad, la bondad, la confianza, la concordia, la paz, son valores superiores que no se aprecian con dinero. Ya que la moneda no puede medir más que los valores cuantitativos. No los cualitativos”.
Así escribió y así aprendimos del destacado economista y sacerdote francés J. L. Lebret, más conocido como el Padre Lebret: “Cuando se vive en la verdad, la confianza se establece entre los hombres. Cuando se miente en la cumbre de la sociedad, pronto se miente a todos y en todos lados. En tal sentido, un buen cristiano debe tener conciencia de que se determina, tanto más cuando mejor se haya liberado de sus pasiones íntimas y de las presiones exteriores”.
“El deber, antes que imponerse desde afuera con el mandamiento o por la ley, se impone desde adentro como la ley de ser deseosa de crecimiento. Como la ley del espíritu, ávido de afirmarse. Como la ley de la libertad siempre en búsqueda de la perfección”
Muchos seres humanos lamentablemente actúan sin haberse producido en la sociedad una liberación total de las pasiones íntimas ni de las presiones exteriores. Todavía muchas personas e incluso sociedades se mueven más por motivaciones viscerales que por el uso de la razón y el entendimiento. Más por las pasiones políticas coyunturales que por inclinación espontánea ante el culto del deber.
El buen cristiano en sus relaciones con el prójimo no debe limitarse solo a la justicia, también debe amar. Otros pueden odiar, pero el cristiano no. El buen cristiano puede e incluso debe aborrecer, pero aborrecer los vicios, los errores. Pero no a los seres humanos. Su mensaje siempre debe ser de amor y de solidaridad.
Decía ese gran pensador cristiano, “que la verdadera razón de la justicia es el amor. El amor que conlleva al perdón”. Ese perdón del que habló Jesús antes de morir. Y si él lo hizo siendo el hijo único de Dios como mensaje para toda la humanidad, ¿qué podemos y debemos hacer los cristianos? Pues un llamando a la reconciliación de las familias y la sociedad.
Reafirmar nuestra convicción cristiana. Actuar permanentemente convencidos de que los seres humanos debemos actuar, además de amor, con humildad. “Porque de esa manera se puede superar sin peligro del temor a perder. Se perfecciona sin peligro y sin necesidad de envalentonarse. Madura lentamente y crece sin exaltarse”.
El buen cristiano no debe limitarse solo a la justicia, también debe amar
Según Lebret, tiene valor todo lo que es bueno para el hombre
La verdad, bondad, confianza, concordia, paz, no se aprecian con dinero
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